Es indiscutible el legado de Miyazaki en el cine. Si bien es cierto que los galardones y el reconocimiento internacional le llegaron con el Viaje de Chihiro, es importante destacar el papel que supuso La Princesa Mononoke como rampa de lanzamiento. Antes había dirigido grandes películas, como Mi Vecino Totoro (ya comentada) o Nausicaä del Valle del Viento (la siguiente que caerá), pero es con La Princesa Mononoke con la comenzará a ser un afamado director en Japón al ser la primera película suya que se llevará el galardón en los Premios de la Academia Japonesa. Unos años más tarde conquistaría el mundo y nuestros corazones con el viaje de Chihiro.
Pero es innegable que La Princesa Mononoke merece estar en el podio de las más altas obras de Miyazaki. Esta fue la sexta obra dirigida por Miyazaki dentro del Studio Ghibli. El bosque de Shiratani Unsui sirvió de inspiración para la película. Es un bosque que se encuentra en la isla de Yakushima (al sur de Kyūshū, una de las islas principales de Japón). En el que predominan los bosques, el agua y los animales. Fue el lugar perfecto donde encajar un ambiente tan real como espiritual, tan recurrente en las películas de Miyazaki. Un lugar donde se va a llevar a cabo una lucha entre los espíritus del bosque y donde se realizará una crítica y la moderna industrialización.
Un lugar en el que a través del protagonista Ashitaka, un joven que al proteger a su familia y su pueblo de un demonio con figura de jabalí cae presa de una maldición y decide partir al este en busca de una cura. A través de Ashitaka vamos a ser espectadores de todo un despliegue visual por los bosques, conoceremos a los kodama (espíritus mitológicos de la cultura japonesa asociado a los árboles), extrañas criaturas. Viajaremos por lugares mágicos en los que abunda un conflicto y el ritmo no dejará de crecer a medida que van surgiendo los detalles de un guion perfectamente elaborado.
Ambientada en el periodo Muromachi, Miyazaki nos muestra la lucha entre los guardianes sobrenaturales de un bosque y los humanos que profanan sus recursos. Es en este momento en el que Ashitaka llega a Tatara, la Ciudad del Hierro, una ciudad gobernada por una señora, Lady Eboshi, que se encuentra con dos frentes abiertos. El primero es el ataque de unos samurais que codician el hierro, tan necesario para sus armas. El segundo frente, y el más interesante, es el asalto de la princesa San, que lucha por la supervivencia del bosque.
La princesa San y sus dos hermanos lobos (san en japonés significa tres) tienen el objetivo de acabar con la industrialización que representa Eboshi. Ashitaka se ofrece como mediador de estas partes para que el conflicto se resuelva. Pero la ambición de Eboshi y la escasa fuerza de la naturaleza harán que el humano ‘casi’ lleve a las últimas causas la destrucción que se propone. Incluso la del espíritu del bosque. Ashitaka deberá de poner todo de su parte para que las criaturas del bosque (lobos, monos y jabalíes) puedan solucionar el conflicto que supone la ambición desmedida del ser humano.
Pero la magia de La Princesa Mononoke es que los clásicos roles del bien y el mal están difuminados. Es decir, que no lo blanco es blanco y ni lo negro es negro. En cada bando se puede encontrar un perfil humano que haga que puedas entender y defender las acciones de ellos. Por ejemplo, Lady Eboshi es una persona que ha erigido un pueblo usando a la lacra de la sociedad, entre prostitutas, gente leprosa y demás calaña ha creado un pueblo que convive en paz y les ha entregado un propósito común. Mientras tanto en el bosque, criaturas como el dios jabalí Okkoto están a punto de caer en la misma maldición que Ashitaka. O la misma San, que en su defensa de un buen preciado como es el bosque, se abandona a todo tipo de violencia y pretende acabar con todos los humanos. Por suerte Ashitaka está ahí para salvarla.
La Princesa Mononoke es una maravilla audiovisual se mire por donde se mire. Ya sea por la calidad de la animación, la paleta de colores elegidos o el movimiento del dibujo, hacen que hasta la fecha de su estreno fuera la película más perfecta de Ghibli. Decir que títulos posteriores no la hacen quedarse atrás. Fue pionera en Ghibli en la mezcla de animación a mano y el uso de animación por ordenador. No hace falta tampoco mencionar que el papel de la mujer (en este caso como heroína y villana) está acorde con la trayectoria de Miyazaki. Sin forzarlo, nos queda una pareja que hace disfrutar de momentos espectaculares.
Como detalle final, una consideración de Miayazaki referente a la crueldad que se muestra en la película: “Hay que abordar los temas que tratamos de la forma más honesta posible. No considerar, en particular, el pasado como algo intocable confinado en los museos. Hay que narrar el mundo tal y como lo sentimos, tal y como lo vivimos. Para mí todo eso no es tan grave, ya que no me quedan muchos años por delante… Pero muchos jóvenes son descendientes de una generación cuyos padres los han llevado literalmente en brazos. Están completamente debilitados. Cincuenta años después de la guerra, hemos vuelto ingenuamente al punto de partida. Pensamos que eludiendo las cosas desagradables podemos hacernos mejores, que superando la pobreza estaremos sanos. Sin embargo, ahora sabemos que no hacemos más que crearnos nuevas plagas”. Y es que La Princesa Mononoke no reserva nada y fue criticada por su perfil más violento mostrado hasta el momento.
Para el final dejar al siempre acompañante de Miyazaki es su obra y pueda que la persona que más sentido le dé a cada una de sus películas, Joe Hisaishi. Si no fuera por él, faltaría algo en la capacidad que tenemos de sentir como nuestras las obras de Ghibli y Miyazki. Desde Nausicaä del Valle del Viento, pasando por Mi Vecino Tororo y hasta Ponyo en el Acantilado. En este caso, la obra de Hisaichi nos permite enfocar todos los sentidos en la película, desde los temas más bélicos a los más descriptivos en los pasajes del bosque (estos son mis preferidos sin duda alguna) y son el complemento perfecto para una película épica, que despliega ese cariz tímido que tiene el folclore japonés y que tanto nos gusta.
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