Después del gran éxito que supuso Porco Rosso, en 1993 Ghibli lanzaría una nueva película. En este caso la aventura consistió en llevar a cabo un telefilm que no pasara por las salas de cine. El encargado de ello fue Tomomi Mochizuki , que contó con Nozomu Takahashi y Seiji Okuda para la elaboración del guion. Sin aspirar a grandes cotas, en los cerca de 70 minutos de metraje de ‘Puedo escuchar el mar’ nos acercamos a una película que mezcla algo de crítica social y muestra la paz de que se puede conseguir en el ambiente rural de Japón.
Y es que esa es una de las ventajas que le encuentro a este ciclo que revisa las películas hechas por Ghibli. A parte de la gran categoría que tienen y por apreciar su nivel creciente de animación a medida que avanzan las películas, estas películas son una ventana para conocer la cultura y las tradiciones del país nipón. En este sentido, ‘Puedo escuchar el Mar’ no es una película que pretenda ser demasiado, ya que no cuenta con la historia ni con el nivel de producción para ello. Lo que sí consigue es poder mostrar es cómo es el Japón rural, con sus tradiciones y costumbres.
En este caso ‘Puedo escuchar el mar’ es un canto al shōnen de institutos. Taku Morisaki y Yutaka Matsuno son dos grandes amigos que estudian en uno de los institutos de la ciudad de Kōchi. Kōchi es una ciudad situada en el sur del país, en la región de Shikoku, que se encuentra bastante alejada de la capital, Tōkyō. Durante la mitad del curso, aparece una estudiante transferida de un colegio de Tōkyō, Rikako Mutō, que destaca tanto en notas como en deportes y causa un gran impacto en su promoción.
Esta inteligencia y belleza, compaginada con su éxito escolar, va a hacer que la pareja de amigos se fijen en ella. El problema de Rikako es más social. Al venir a mitad curso no acaba de encajar con la gente de su clase. También viene con un herencia familiar complicada, sus padres están divorciados. En las vacaciones de final de año van para Hawaii, y ahí comenzará una extraña relación entre Rikako y Taku. Aunque estemos delante de una película corta, son muchas las ideas que Tomomi Mochizuki pretende plantear: los conflictos en las relaciones, el compromiso del amor, la madurez hacia una vida adulta y un poco de nostalgía al recordar el pasado.
Ese exceso de ideas y el poco tiempo crea un mix interesante pero que en mi opinión no ha acabado de encajar de la mejor forma posible. En algunos puntos la película se vuelve algo lenta y no está muy claro que la forma de avanzar y el desarrollo de los personajes sea la más adecuada. Obviamente cuando traslada la realidad de la gran ciudad de Rikako se puede entender que estamos delante de un personaje complejo. Tal es la realidad de Japón.
Por contrapartida sale la parte de Taku y Yuataka, la paz del ambiente rural. Y ahí yo creo que es donde la película brilla más. Deja el mensaje de ‘Puedo escuchar el mar’ y ganar la paz necesaria para disfrutar. Pero es un buen reflejo de una de las etapas más críticas, que es el de la adolescencia, y de la importancia que va a tener en el futuro las decisiones que tomamos. De cómo nos gustaría tener la experiencia de un adulto, pero de cómo esas decisiones forjan las personas que seremos en el futuro.
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