Esperaba con muchas ganas el lanzamiento de la tercera temporada de Ragnarök. Este drama juvenil noruego me tenía totalmente embobado desde su gran primera temporada, en la que en precioso pueblo de Edda, con sus fiordos, sus nieves y sus montañas, iba a ser testigo de la batalla final entre los Dioses y los Gigantes de la mitología noruega.
El plan establecido por el guionista Adam Price (Borgen) de tres temporadas parecía adecuado. En la primera nos rompería a todos los esquemas con esta introducción a una lucha épica en la que algunos jóvenes serían llamados a convertirse en dioses, que deberían luchar contra los gigantes que controlan la región. No con su fuerza, sino con su influencia y gran presencia en la alta sociedad de Edda.
La amenaza de un joven Thor hace saltar las alarmas a la familia Jutul, y con un final de primera temporada espectacular (en la que se centraría en el propio descubrimiento de Magne como Thor) y el desarrollo de algunos personajes clave de la segunda temporada, iban a sentar las bases de algunas de la que debería haber sido una temporada final que dejara en el recuerdo una gran serie.
El descubrimiento de que su ‘hermano’ Laurits era Loki fue un acierto absoluto, ya que asume con maestría la forma en la que jamás toma partido pero no es un ser querido para ninguno, de ahí el drama de Loki. La forma de escapar de esa realidad toma la forma de Jörmundgander, la gran serpiente del Midgard, que nace del propio Loki. Otros dioses se iban sumando a los aliados de Magne, pero ninguno tendría tanta fuerza como la forja del martillo Mjölnir.
En este contexto se nos sitúa al comienzo de la tercera temporada y la sensación que deja una vez acabada es de absoluta decepción. Por partes, los primeros capítulos la serie arranca bien, con ritmo y con los típicos giros argumentales a los que tenía acostumbrado Price, pero a medida que pasan los capítulos la serie se vuelve mucho más previsible. Cuando todo llega a su clímax, el despropósito es mayúsculo.
El último capítulo, el que debía de cerrar todo, es una incoherencia narrativa sublime. Ya en la segunda temporada se veía un miedo de que el wokismo se hiciera un sitio en esta serie, esta temporada ha confirmado las sospechas. No sólo por el hecho de lobby LGTBI+ o la cuota racial. El mensaje pacifista con el que se termina el Ragnarök no tiene ningún sentido. Además, si los valores familiares son los que aparecen en la serie, Noruega tiene un serio problema social. A medida que iban pasando los capítulos la serie parecía más ‘Élite’ que ‘Ragnarök’.
Una vez explicado el final la sensación que da es que hemos vivido engañados y dentro de la mente de Magne durante estas tres temporadas. Todos los elementos mágicos y mitológicos que había detrás de la serie vienen derivados de una caja de cómics de Marvel. La tensión que había detrás de cada visita al lago de Edda y esperar a que la serpiente atacara en cualquier momento. Las muertes y catástrofes derivadas de la lucha de los gigantes y dioses eran pura imaginación.
Con lo que la sensación general que deja Ragnarök es muy agridulce. Después de dos temporadas buenas o muy buenas, Adam Price y su equipo se las arreglan para destrozar una buena historia en 3 capítulos, dejando que este drama académico noruego quede como un gatillazo más de Netflix. ¿Lo más destacable de esta temporada? Difícil de decir, pero no falla en música y sobre todo, fotografía. Ahí, como ocurría con las primeras temporadas de Vikings, no se puede competir, y el espectador lo agradece. Ya confirmada el final de esta serie, quedará como otras que fueron un quiero y no puedo (o no me dejaron llegar).
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